Friday, May 14, 2010

La diferencia entre ser pobre y ser rico en Oriente Medio

No hace falta que nadie me explique cuál es la diferencia entre ser rico y ser pobre en cualquier parte del mundo. En Occidente significa que te puedes comprar muchas más cosas y que te evitas ir a Zara o H&M, que no tienes que esperar colas ni aguantar que te arrimen el sobaco en el metro.

En Oriente Medio, ser rico suele significar mucho más que poder acumular caprichos. Significa un mundo paralelo, un porcentaje mínimo de la población cuya vida no tiene absolutamente nada que ver con la del grueso de la población, ni en la forma de pensar ni de comportarse. Yo sé que esto no tiene por qué parecer nada chocante, pero cuando estás acostumbrado a ver a mujeres tapadas, remilgos morales, suciedad, caras toscas, mostachos a lo Saddam, miradas hurañas cuando no sucias, encontrarte de repente con gente medio desnuda de sonrisa brillante que se magrea constantemente, produce un shock considerable.

¿De dónde ha salido toda esta gente estupenda? Pues esta gente estupenda sólo sale de sus chalets de Abdún para trabajar o ir a saraos y pertenecen a un grupo endogámico en el que todo el mundo se conoce. En una fiesta en un hotel al borde del Mar Muerto conocí a ministros, tanto jordanos como libaneses y estuve a punto de conocer a uno de los hijos de Rafik Hariri, pero se me escapó. Desde luego, puedo asegurar que la clase alta no tiene nada, pero nada que ver con lo que se ve en las calles de Amán. Tetas operadas, ombligos por doquier, piernas con purpurina, vestidos carísimos (algunos de dudoso gusto), dientes blanqueados, alcohol, risas falsas o etílicas y mucho, mucho, mucho sexo.

No es que hubiese alguien teniéndolo físicamente, pero o yo llevo mucho tiempo alejada de Occidente o esa gente no paraba de tocarse. En la pista de baile a mi me tocaron el culo y una chica me plantó un beso en los labios sin venir a cuento. Y a eso de la una la discoteca estaba llena de cuerpos restregándose al ritmo del reggaetón. En una cena de gala, a la semana siguiente, vi al menos a un 20 por ciento de la gente que estaba en la fiesta del Mar Muerto y me invitaron a ir a otra fiesta en Áqaba, que me prometieron iba a ser "la fiesta del año".

Además un amigo me informó, que le habían invitado a una fiesta "topless", en la que el precio de la entrada eran 70 euros sin incluir bebida. Mientras unos rezan a Alá, tienen siete hijos, tienen que sobrevivir con 300 euros al mes y viven entre el deseo y el miedo, otros pagan 70 euros por enseñar las tetas. O se visten de blanco obligatorio para ir a una fiesta en el Mar Muerto mientras se pelean por las copas sin ningún tipo de pudor en el bar. Dos mundos que nunca se tocan y que insisten en ignorarse. Dudo muchísimo que el amanita común sueñe siquiera con estas fiestas, y también dudo mucho que esta gente se digne siquiera a pensar en la inmensa pobreza que hay aquí. Ellos están en su burbuja particular, de fiesta en fiesta, como aves migratorias buscando el siguiente sarao.

Aunque también es agradable, por muy artificial que sea, alejarse de vez en cuando de la opresión, del rigor moral y del hastío de la religión que impera aquí. Sumergirse en un mundo de charlas intrascendentes y reir porque la botella de champán se ha caído y no se ha roto. De gente guapa, mujeres espigadas y hombres que huelen muy bien. A veces aquí prefiero el olor de la idiotez al olor a sexo reprimido y vaselina barata.

Inshallah, hasta otro día